El Brasil es el campeón mundial en el uso de agrotóxicos
en el cultivo de alimentos. Brasil consume cerca del 20% de los
pesticidas fabricados en el mundo: mil millones de litros por año (¡5.2
litros por cada brasileño!).
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Y al récord cuantitativo se le
añade el drama de que aquí se autoriza el uso de las substancias más
peligrosas, prohibidas ya en la mayor parte del mundo porque causan
daños sociales, económicos y ambientales.
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Los estudios científicos comprueban el
impacto de esas substancias en la vida de los trabajadores rurales, de
los consumidores y demás seres vivos, revelando cómo desarrollan
enfermedades tales como cáncer, trastornos neurológicos y malformación fetal,
entre otras. Por ejemplo aumenta la incidencia de cáncer en los niños.
Según la oncóloga Silvia Brandalise, directora del Centro Infantil
Boldrini, de Campinas (SP), los pesticidas alteran el DNA y causan carcinogénesis.
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El poder de las transnacionales
que produce agrotóxicos (una docena de ellas controlan el 90 % de todo
lo producido en el mundo) permite que el sector garantice la
autorización de dichos productos dañinos en los países menos
desarrollados, a pesar de haber sido prohibidos en sus países de origen.
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Las investigaciones para que las
autoridades den el permiso analizan solamente los efectos de cada
pesticida aisladamente. Pero no hay estudios que verifiquen la
combinación de esos venenos que se mezclan en el ambiente y en nuestros
organismos a lo largo de los años.
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Es insostenible la afirmación de
que la producción de alimentos, basada en el uso de agrotóxicos, es más
barata. Al contrario, los costos sociales y ambientales son
incalculables. Sólo en tratamientos de salud se estima que, por
cada dólar gastado en la adquisición de pesticidas, se gasta
1.28dólares en cuidados médicos necesarios. Cuenta que pagamos entre
todos.
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El modelo monocultivador, basado en
grandes propiedades y utilización de agroquímicos, ni resolvió ni va a
resolver la cuestión del hambre mundial (872 millones de desnutridos,
según la FAO).
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Dicho sistema se perpetúa con la
expansión de las fronteras de cultivo, pues ignora la importancia de la
biodiversidad para el equilibrio del suelo y del clima, haciendo que las
áreas utilizadas se degraden con el transcurso del tiempo. Y crece
porque se siguen incorporando nuevas áreas, aumentando la destrucción
ambiental y el éxodo rural.
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En un planeta finito, asolado por
crecientes desequilibrios, la tierra fértil y saludable es cada vez más
preciosa para garantizar la sobrevivencia de tantos millones de
personas.
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Por desgracia no hay término medio en
este sector. Es imposible garantizar la calidad, la seguridad y el
volumen de la producción de alimentos dentro de ese modelo degradante.
No hay cómo incentivar el uso correcto de pesticidas. Eso no es viable
en un país tropical como el Brasil, en que el calor hace que las ropas y
equipamientos de seguridad, necesarios para las aplicaciones, se
conviertan en una tortura para los trabajadores.
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Hay que buscar una solución en la transición agroecológica, o
sea en el cambio gradual y creciente del sistema actual a un nuevo
modelo basado en el cultivo orgánico, manteniendo el equilibrio del
suelo y la biodiversidad, y redistribuyendo la tierra en parcelas
menores.
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Eso facilita la rotación y el
consorcio de culturas, el combate natural a las plagas y el rescate de
las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza, priorizando el
clima y las especies locales.
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Existen muchas experiencias exitosas
en nuestro país y en todo el mundo, que comprueban la viabilidad de ese
nuevo modelo. Incluso en asentamientos de la reforma agraria hay
ejemplos de cómo promover la calidad de vida, la justicia social y el
desarrollo sustentable.
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Para fomentar ese debate y exigir
medidas concretas por parte del poder público se creó, en abril del
2011, la Campaña Permanente contra los Agrotóxicos y por la Vida.
Participan en ella cerca de 50 organizaciones, como la Vía Campesina, el
Instituto Brasileño de Defensa del Consumidor (IDEC), la Asociación
Brasileña de Salud Colectiva (Abrasco) y la Federación de Trabajadores
de la Rama Química de la CUT de São Paulo (Fetquim).
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Vea www.contraosagrotoxicos.org Esta
campaña trata de conquistar una auténtica soberanía alimentaria, para
que el Brasil deje de ser un mero exportador de commodities (generando
grandes beneficios para una minoría e inmensos daños para toda la
población), y convertirse en un territorio en que la producción de
alimentos se realice con dignidad social y en forma saludable.
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La otra opción es seguir engañándonos
con los falsos costos de los alimentos, envenenando nuestra tierra,
reduciendo la biodiversidad, promoviendo la concentración de la riqueza,
la socialización de los perjuicios y la creación de hospitales
especializados en el tratamiento del cáncer, tal como sucede en Unaí
(MG), donde se multiplican los casos de esa gravísima enfermedad debido
al cultivo tóxico del frijol. Frei Betto lr21
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