Condenado a vivir tras una mascarilla
Una extraña intolerancia a los químicos convierte en un calvario la vida de Florencio Jiménez. La sanidad no cubre sus gastos ni puede trabajar
Helena Martínez | 30/05/2012
El menorquín Florencio Jiménez Andreu está
condenado a vivir tras una mascarilla y a aislarse completamente de
todos y todo cuanto le rodea. Hace un año le diagnosticaron Sensibilidad
Química Múltiple (SQM) en su grado más alto, lo que equivale a decir
que cualquier producto químico, pesticida o herbicida puede ser letal
para él.
El olor de los detergentes, la lejía o la gasolina hace que inmediatamente se disparen sus defensas, se le hincha el cuerpo, no consigue respirar y puede desmayarse e incluso entrar en coma. Se lava sólo con agua y usa bicarbonato para la ropa. Tampoco puede comer lo que se vende en un supermercado común ni estar cerca de nadie que lleve colonia, gomina, crema o maquillaje. Ni si quiera en el hospital, al que ingresa a menudo, está a salvo, ya que allí también se emplean productos químicos.
«No puedo dejar entrar a nadie en mi casa», explica Jiménez, quien hasta hace poco era «muy sociable». Se ha mudado varias veces hasta asentarse en Cala Torret, en Binibèquer, en una casa frente el mar que le ayuda a aliviar las jaquecas y los problemas constantes en los ojos. Cuando los abre, no le gusta lo que ve. Ha perdido a los amigos y el trabajo. Debe lidiar diariamente contra la incomprensión de los demás, problemas de estómago, pérdidas de memoria y agotamiento crónico.
No recibe ayuda del Estado y la sanidad pública no cubre los gastos derivados de su enfermedad, por lo que no puede cobrar una pensión de discapacidad –pese a que le está reconocida en un 86%– ni la baja laboral. No existe tratamiento, más que vivir en una zona lo más alejada posible de la contaminación industrial y paliativos que son tan caros que no puede pagar.
Incomprensión
Durante la entrevista con este diario, con el que se ha puesto en contacto para dar a conocer su situación, la voz se le entrecorta. Es el efecto de las ondas del teléfono móvil, que alteran su sistema inmunológica, y de la impotencia que siente. «Es injusto», declara. Le acaban de retirar los 417 euros mensuales que recibía como asignación contributiva. Los asistentes sociales le han asegurado que intentarán reactivar el pago pero Jiménez es pesimista.
Un tribunal médico ha fallado dos veces en su contra y hoy tiene otra cita con el abogado. Antes de salir de casa tiene que ponerse su particular armadura de batalla: gorra, gafas de sol, mascarilla, manga larga y guantes. «Lo peor es cómo te mira la gente», lamenta. Tiene 40 años y durante casi 25 ha trabajado como mecánico de motos y de maquinaria agrícola y en campos de golf.
El constante y prolongado contacto con químicos en el trabajo es, según los médicos, el desencadenante de su mal, que cada día afecta a más personas. En el 2006 empezó a no sentirse bien y en abril de 2011 le diagnosticaron SQM. Fue el caso número diez de Balears, y un año después ya hay 33 diagnosticados. Jiménez es, de momento, el único de Menorca.
El olor de los detergentes, la lejía o la gasolina hace que inmediatamente se disparen sus defensas, se le hincha el cuerpo, no consigue respirar y puede desmayarse e incluso entrar en coma. Se lava sólo con agua y usa bicarbonato para la ropa. Tampoco puede comer lo que se vende en un supermercado común ni estar cerca de nadie que lleve colonia, gomina, crema o maquillaje. Ni si quiera en el hospital, al que ingresa a menudo, está a salvo, ya que allí también se emplean productos químicos.
«No puedo dejar entrar a nadie en mi casa», explica Jiménez, quien hasta hace poco era «muy sociable». Se ha mudado varias veces hasta asentarse en Cala Torret, en Binibèquer, en una casa frente el mar que le ayuda a aliviar las jaquecas y los problemas constantes en los ojos. Cuando los abre, no le gusta lo que ve. Ha perdido a los amigos y el trabajo. Debe lidiar diariamente contra la incomprensión de los demás, problemas de estómago, pérdidas de memoria y agotamiento crónico.
No recibe ayuda del Estado y la sanidad pública no cubre los gastos derivados de su enfermedad, por lo que no puede cobrar una pensión de discapacidad –pese a que le está reconocida en un 86%– ni la baja laboral. No existe tratamiento, más que vivir en una zona lo más alejada posible de la contaminación industrial y paliativos que son tan caros que no puede pagar.
Incomprensión
Durante la entrevista con este diario, con el que se ha puesto en contacto para dar a conocer su situación, la voz se le entrecorta. Es el efecto de las ondas del teléfono móvil, que alteran su sistema inmunológica, y de la impotencia que siente. «Es injusto», declara. Le acaban de retirar los 417 euros mensuales que recibía como asignación contributiva. Los asistentes sociales le han asegurado que intentarán reactivar el pago pero Jiménez es pesimista.
Un tribunal médico ha fallado dos veces en su contra y hoy tiene otra cita con el abogado. Antes de salir de casa tiene que ponerse su particular armadura de batalla: gorra, gafas de sol, mascarilla, manga larga y guantes. «Lo peor es cómo te mira la gente», lamenta. Tiene 40 años y durante casi 25 ha trabajado como mecánico de motos y de maquinaria agrícola y en campos de golf.
El constante y prolongado contacto con químicos en el trabajo es, según los médicos, el desencadenante de su mal, que cada día afecta a más personas. En el 2006 empezó a no sentirse bien y en abril de 2011 le diagnosticaron SQM. Fue el caso número diez de Balears, y un año después ya hay 33 diagnosticados. Jiménez es, de momento, el único de Menorca.
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